A veces bromeo diciendo que soy un señor mayor de 32 años al que hay que tener consideración. En estos días reflexionaba acerca de mi mente. Cuando estoy bajo un estado de fatiga siento que mi “hardware” no está preparado para las actualizaciones de “software” que intento instalarle todos los días. Esta analogía informática es la que mejor define cómo me siento cuando mi cerebro es incapaz de sumar uno más uno.

La fatiga mental, como le llamo, suele visitarme al menos una semana al mes. Se debe, en gran parte, a la demanda de actividad cognitiva que suelo exigirle a mi cerebro a diario.

Todo mi trabajo es de pensamiento. Exige poco o nulo esfuerzo físico (por ello debo ir al gimnasio casi todos los días). La labor de un estratega y asesor consume energía mental. Y sin quererlo me exijo más de la cuenta. El resultado es una fatiga que se vuelve una bola de nieve, especialmente cuando no descanso los fines de semana o me da por maltratar el sueño.

Hace poco lo conversaba con mi psicóloga. Le contaba mi analogía informática. Ella me escuchaba contemplativa esperando que acabara aquella verborrea llena de términos tecnológicos en la que describía mi frustración por querer dar más de lo que podía.

Su respuesta fue muy parecida al contenido de un podcast que grabé recientemente en el que comentaba sobre la importancia de empezar un día antes.

Ella lo llevaba a una semana en vez de 24 horas. Me decía que la anticipación era la clave. Como mi trabajo es prácticamente inalterable y rutinario, podía escoger reducir mi carga cognitiva una semana antes de aquella que sabía resultaría demandante.

Aquella revelación fue como la optimización del concepto del día antes. Desde entonces soy más consciente de mi carga diaria y me anticipo para evitar sobrecargarme de cara a los días demandantes por venir.