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He estado buscando estadísticas sobre cuántos mensajes recibimos a diario en WhatsApp y no he encontrado mucho. Tal vez no he buscado a profundidad. Hasta rompí mi política de desintoxicación mañanera, para trastear en mi propia aplicación, a ver si conseguía alguna estadística de mensajes recibidos en un lapso de tiempo. Tampoco di con una data interesante. Creo que, otra vez, no supe buscar.
Mi interés viene de querer cuantificar el promedio de asuntos a los que somos “bombardeados” todos los días -y que forman parte, junto al correo, las notificaciones de las redes sociales y la demanda de amigos, compañeros de trabajo, conocidos y familiares- de lo que el padre de la organización eficaz, David Allen, denomina las “manifestaciones omnipresentes”, dándole un toque divino a nuestro sistema diario de procesar las cosas.
Mi madre es practicante del cristianismo protestante. He crecido rodeado de este dogma. Y a menudo escucho hablar de cómo “endiosamos” algunas cosas, objetos, situaciones o, incluso, personas. Queriendo decir con esto, que le rendimos culto y una veneración casi absoluta. Y en cierto modo tiene razón.
Aunque este post no tiene pretensiones proselitistas ni religiosas, sirva la comparación para poner de ejemplo cómo cuando recibimos un Whatsapp, la mayoría de las personas que conozco -empezando por mí-, salimos corriendo a intentar resolver el asunto que contiene cada mensaje, hasta tal punto que lo poco importante pasa a ser urgente por regla general. Y no hay nada más fuera de lo eficiente que esto último.
Tengo un amigo que tiene dos números de Whatsapp (también se llama David). Uno lo usa para asuntos personales (y lo tiene enteramente silenciado). El otro, para el trabajo, al que activa las notificaciones durante un horario controlado. Claramente él no rinde cuentas al dios Whatsapp. Negocia con él, llega a un acuerdo de uso. En el fondo, negocia consigo mismo.
Nuevamente uso el ejemplo religioso con un sentido metafórico. ¿Por qué? Porque es mi manera de entender la relación que hemos desarrollado con ésta y la mayoría de las aplicaciones de mensajería. El problema, a mi modo de ver, radica cuando trabajamos para ellas y no ella para nosotros.
El cerebro humano no fue diseñado para recibir ni procesar tanta demanda de “asuntos”. A pesar de esto, existen metodologías y estrategias para que nada se nos quede por fuera y seamos personas productivas y eficaces. Sin embargo, ¿estamos dispuestos a convertir estos métodos de productividad y organización eficaz en nuestros hábitos diarios? No todos. Aunque los resultados sean geniales y liberadores. Despejas la mente para hacer lo que tienes que hacer en el momento que apartaste para hacer eso. Así funciona el trabalenguas del método GTD de Allen.
Pero no me quiero desviar. Me gustaría que reflexionáramos juntos sobre este tema que forma parte de nuestra cotidianidad de manera prácticamente holística. Por ello, he decidido tomar algunas acciones concretas a modo de manifiesto.
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Soy un apasionado por la comunicación, la formación, el marketing digital, la innovación y me considero un crítico de las redes sociales. Mi búsqueda es que encuentres el propósito en lo que haces dentro del mundo digital.
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