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Si pararas a alguien en la calle al azar y le preguntaras algo puntual sobre tu profesión, algo muy sencillo para ti, eso que resulta pan comido: es muy probable que esa persona no tenga idea y no sepa qué responder.
Hasta hace nada regalaba mis asesorías a cualquier persona. No las valoraba porque pensaba que eran información vulgar que cualquiera debía o podría saber. Cuando comprendí que lo que era común para mí, resultaba extraordinario para la mayoría de las personas, hubo un cambio exponencial en la manera de compartir mis talentos.
Tendemos a subestimar lo que sabemos. Nos auto-exigimos más de la cuenta. A veces hasta nos escrutamos cruelmente. Cuando nos detenemos por un momento y decidimos hacernos un cariño, es cuando comprendemos todo nuestro verdadero potencial.
Desde hacía tiempo que me apasionaba aupar a mis amigos. Podía pasar horas tratando de motivarles, de enseñarles lo que había aprendido en el área de la comunicación, el marketing y la innovación. Sin darme cuenta, me encontraba ayudándoles a trazar una estrategia.
Con lo que me costó aceptar que me pagaran por asesorar. Primero porque se despertaba el impostor que habita en mí para intoxicarme con su “no seas irrespetuoso con los demás, tú no tienes derecho a cobrar por eso, tú no eres un experto del tema, tú no… tú no… tú no”.
Por fortuna aprendí a reconocer hasta el tono de voz de mi impostor. Se parece mucho a mi propia voz, pero no soy yo. Es un impostor que se hace pasar por mí, en mi cabeza, para querer hacerme creer que “yo no puedo”.
Y aunque este artículo no se trate del síndrome del impostor, es este fenómeno el que primero suele aparecer para querer transformar injustamente lo extraordinario en común.
Curioso resulta que minutos antes de escribir este artículo, me contactara una amiga vía mensaje para decirme lo siguiente: “Hay una cosa que no te he dicho. Tiene que ver con la percepción del periodismo.. la licencia para comunicar. Y es que que todo este tiempo no he estado valorando nuestra la profesión. Hiciste que me diera cuenta de eso, y, de alguna manera, creo que estoy reconectando y respetándola más”.
Mi amiga se refería a un comentario suelto que le había hecho el día anterior cuando me expresó que ella, siendo periodista, tendía a escribir sus publicaciones de Instagram con ese “tono periodístico” que no le agradaba. A lo que le apunté que ella, a diferencia de muchísima gente, tenía licencia para hacerlo, para escribir así, para entrevistar y acceder profesionalmente a fuentes de gran valor, porque para eso había hecho cinco años de carrera universitaria. Que era un valor más que un peso. Y que el “tono periodístico” es algo muy subjetivo.
Ella no se había percatado que, sin saberlo, había convertido un extraordinario talento, cultivado en el tiempo como mucho esfuerzo, en algo “común”.
Es verdad que lo común tiene su encanto. La sencillez, las coincidencias entre quienes habitamos en él. No en vano, por ejemplo, vivimos en “comunidad”. Sin embargo, marchitar lo extraordinario que tanto nos ha costado o disfrutado aprender, con argumentos impostores, no le hace justicia a nuestra propia vida. Por eso y por siempre, que lo común siempre resuene como extraordinario.
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Soy un apasionado por la comunicación, la formación, el marketing digital, la innovación y me considero un crítico de las redes sociales. Mi búsqueda es que encuentres el propósito en lo que haces dentro del mundo digital.
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